viernes, 4 de enero de 2008

Reflexiones

APRENDIENDO A LLENAR NUESTRA VIDA

Jorge Meléndrez

Los seres humanos sabemos que nuestra vida es como un gran recipiente en el cual vamos almacenando experiencias, aprendizajes, actitudes, modos de ser, emociones entre otras cosas más que conforman un todo que a lo largo del tiempo le llamamos Vida. En ese sentido el hombre lleva lo sagrado en el interior de su persona, pues es fuerte por que procede del padre, y busca de manera natural el bien, por que procede del bien, y que si en algún momento es tentado por el mal, no por que sea malo, sino precisamente por que es consustancialmente bueno y dotado de libertad para decidir.
Ese gran recipiente es del tamaño y la magnitud que uno quiere, así como también, la calidad de sus contenidos está en función de lo que cada quién queramos almacenar, de tal suerte que si lo llenamos de cosas vanas e insulsas, así es como será nuestra vida, y si lo vamos llenando con cosas constructivas, y de experiencias gratificantes, nuestra vida será siempre un almacén de cosas gratas y armoniosas, por lo que al final siempre podremos decir que la vida ha valido la pena vivirla.

Somos nosotros con nuestro libre albedrío, quienes vamos eligiendo que y cuanto de tal cosa debemos y queremos almacenar, y sobre todo, de no ir dejando huecos de vida que nos generen angustias y sufrimientos, pues son estos los que nos atormentan por ser espacios vacíos que no pudimos o bien no supimos llenar a tiempo y que nos lastiman la vida pues nos hacen recordar que algo nos falto para ser y estar completos y realizados.

Es por ello que debemos estar siempre conscientes que nuestra vida al final es lo que nosotros hagamos de ella, y que nadie podrá vivir nuestra vida si no es que nosotros mismos, que además, la vida no espera y que en ese sentido el tiempo es algo inexorable y no se detiene por nosotros, y que lo que no hayamos almacenado en su momento, quizá ya no lo podamos hacer.

Que la suma de nuestros activos tiene que ver con nuestras buenas acciones y experiencias y que nuestros pasivos, cuando son mayores, nos generarán siempre un déficit de vida, siendo ahí donde podemos identificar los grandes huecos o vacíos existenciales que tenemos y que vienen a ser la puerta por donde dejamos entrar, cuando somos débiles y faltos de carácter, a las fatuidades de la vida.
No son pocos los personajes que al final de su vida se han dado cuenta de lo mal que han vivido, y en la premura o la intención de llenar los huecos vacíos, sin el soporte espiritual adecuado, y con la debilidad manifiesta, entran en estados de angustia y depresión y terminan desperdiciando aún más su vida como cobardes y perdedores. Nunca aprendieron a encontrar el camino de la luz.
La nostalgia de Dios que llevan estos hombres en su corazón, los llevan a vivir en una permanente tensión de búsqueda que se plasma en las diversas manifestaciones humanas. Sin embargo todos podemos ser testigos en primera persona que el ruido del mundo, la rutina, el activismo y otros no lo ayudan a “entrar en sí mismo” para lograr aquel encuentro que añora desde lo profundo de su ser. Se requiere templanza y fortaleza de carácter para encontrar a Dios, quien nunca se va de nosotros.
Quienes lo han encontrado, son hombres, recios y fuertes de carácter, hombres que han sabido hacer un alto en su camino, que han sabido reflexionar a tiempo y han hecho un buen balance de su vida, y frente al déficit encontrado, analizan sus posibilidades y potencialidades, se llenan de espiritualidad y avanzan paso a paso hacia un mundo mejor viviendo cada día y llenando esos huecos con cosas y experiencias positivas, ayudándose a si mismos y a otros a encontrar su sendero luminoso. Así es la presencia de Dios en esta clase de hombres.

Estos últimos son hombres de alma grande que terminan siendo héroes anónimos en la vida de muchos otros que los miran como ejemplo a seguir, personajes ejemplares que a pesar de todas las adversidades tuvieron la reciedumbre de salir airosos y sin mancha de los pantanos de la vida. Son seres humanos ejemplares sin aureola de santos pero con la condición de ser simplemente hombres.
La diferencia entre unos y otros es su acendrado amor a Dios, a ese supremo hacedor de todas las cosas, el único que propicia la presencia de lo trascendente, que cautiva el corazón del hombre, y con quién al ser su imagen viva, busca encontrarse. Y tú, ¿Ya te llenaste del espíritu de Dios? JM Desde la Universidad de San Miguel.
udesmrector@gmail.com

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