miércoles, 13 de febrero de 2008

Reflexiones

LA MAGIA DE SABER EDUCAR A LOS HIJOS

Jorge Meléndrez

Una de los aspectos que siempre es necesario evaluar dentro del seno familiar, es la relación existente entre padres e hijos adolescentes, por el simple hecho de que la familia es considerada como el núcleo primario formativo de personas que, una vez adultas, continuarán con los patrones de conducta aprendidos.

Partimos de las premisas básicas de que esta relación, como fenómeno social, ha venido cambiando con el tiempo y además, que en la actualidad en una sociedad como la nuestra, coexiste un amplio abanico de criterios que hacen que la pluralidad sea la constante más frecuente en cuanto a conductas de padres e hijos se refiere. Es importante señalar que lo aquí comentado, esta fundamentado en una serie de lecturas de autores diversos como son educadores, psicólogos, sociólogos entre otros, así como de la experiencia y la observación que durante más de cuarenta años he tenido como profesor de asignatura en distintas universidades del país.

Algunos autores basan sus conclusiones en estudios de carácter científico y otros más en reflexiones empíricas, sin embargo, todo lo aquí señalado solo debe ser considerado como elementos guía de carácter general.

La regla que prevalece en la relación de los padres con los hijos dentro del seno del hogar, es dual, por un lado, los padres consideran que en esa edad los hijos entran en la etapa formativa más difícil de su vida, y por lo mismo, deben de estar más atentos de lo que hacen o dejan de hacer, y en respuesta, los hijos piensan que los padres se preocupan demasiado y asumen conductas donde el desdén a las recomendaciones es una de las constantes más frecuentes.

Es precisamente en ese escenario dual donde se dan la mayor parte de las diferencias de opinión y por lo mismo, las dificultades entre ambos, surgiendo así, los distanciamientos, los enojos, las represiones e incluso los golpes, todo dentro de un ambiente de autoritarismo y rebeldía.

Los padres aún jóvenes donde el adolescente es el hijo mayor, tienen más posibilidades de convertirse en padres comprensivos y altamente permisibles, pues son producto de una generación donde los cambios socioculturales empezaron a aflorar en nuestra sociedad como fiel reflejo de lo que sucedía en el mundo y fueron actores de aquellos movimientos juveniles de la época de los sesenta que de alguna manera, sirvieron como parteaguas de los cambios sociopolíticos que hoy vivimos.

Por otro lado, los padres cuyos hijos adolescentes son los menores, asumen una actitud diferente en la conducción de sus hijos, pues pertenecen a una generación donde aún se conservaban los valores más sustantivos de las familias, como son el respeto irrestricto a los padres, la participación de los hijos en las tareas del hogar, la convivencia en el marco de creencias religiosas sólidas entre otras, elementos todos que les hacen ser padres menos comprensivos de lo que les está tocando vivir a sus hijos y por lo tanto, son también menos permisibles y comprensivos.

Por otro lado, tenemos un elemento adicional, que es aplicable en ambos tipos de familias antes señaladas, y que viene a ser el hecho de que como seres humanos, arrastramos con nosotros los miasmas transgeneracionales que nos han sido heredados y que de alguna manera, son los que norman nuestras conductas y actitudes frente a la vida, las que van desde la represión y la incomprensión, hasta la laxitud y la alta permisibilidad, donde en el primer caso, asumimos actitudes con las cuales, en el afán de formarlos para su bien, les infringimos serios daños emocionales que a la larga los harán seres indefensos e inmaduros y en el segundo caso, personas irresponsables por el simple hecho de que no aprendieron el rol que debían asumir en su vida adulta.

Los hijos de ambos tipos de familias por su parte, conviven hoy en día en un ambiente donde la influencia de la globalización y los avances tecnológicos son la constante más frecuente y por lo mismo, son jóvenes que han aprendido a preocuparse menos por el futuro y a vivir más el presente, sus conductas son más relajadas y mantienen una mayor libertad de conciencia y una espiritualidad más laxa.

Y es precisamente en este escenario general, donde los padres debemos asumir nuestra responsabilidad de ser formadores y orientadores de nuestros hijos, para lo cual, los mejores ingredientes para todo tipo de familias son tres palabras mágicas: Amor, Comprensión y Respeto. Amor, para envolverlos en una tela de calor humano, Comprensión para entender que un día deberán valerse por sí mismo pues ya no estaremos con ellos y Respeto a su individualidad pues son seres humanos distintos a nosotros pues aunque lleven nuestra propia sangre, han abrevado en mundos y culturas diferentes. ¿No lo cree usted así? JM Desde la Universidad de San Miguel.
udesmrector@gmail.com

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