martes, 2 de noviembre de 2010

LA EDUCACIÓN DEL CARÁCTER Y LA VOLUNTAD


Jorge Meléndrez


El carácter y la voluntad van de la mano, son dos conceptos que disfrutan de la misma esencia humana. El carácter se fortalece con la voluntad, y la voluntad crece y se robustece por el carácter. Un carácter débil, propicia una voluntad endeble, así como una voluntad frágil, genera un carácter disminuido. Un hombre de voluntad de hierro, mantiene siempre un carácter firme.


Ambos conceptos son cultivables, educables. Por su parte, la voluntad puede fortalecerse con el ejercicio cotidiano de los buenos hábitos, lo que propicia en el mediano plazo, un ser humano capaz de resistir todos lo embates de los egos voluntariosos. La educación de carácter es algo más complicado, sin embargo, con una voluntad firme, el carácter es más moldeable.


La educación del carácter se fragua en el interior del ser humano desde la infancia, y es algo muy personal, tanto que resulta prácticamente imposible, definir con precisión en que consiste ser una persona con carácter. Hay muchos estudiosos que han expresado sus puntos de vista, expresando ideas que nos dicen claramente lo que debemos entender por carácter. Algunos han dicho que “...es la adaptación firme de la voluntad en una dirección y sentido adecuado”, otros más, que “...es la lealtad personal hacia nobles principios”, o en otros casos, “...el modo de ser peculiar de cada persona por sus cualidades morales”, y también, “... que se tiene firmeza de principios y que se actúa en consecuencia.” Podemos ver que todas las definiciones disfrutan de la misma esencia.


Lo que es cierto que para educar tanto la voluntad como el carácter, es necesario iniciar desde las etapas más tempranas de nuestros niños, donde los padres, identifiquen muy bien los rasgos del temperamento de sus hijos, pues éste es el fiel reflejo de los comportamientos y actitudes que se perfilan hacia edades más adultas. De esta manera, conociendo el temperamento del niño, podremos abordar con mayor seguridad, el cultivo de una voluntad sana y un carácter firme.


Hace mas de 2,500 años, Tales de Mileto, filósofo griego, escribió en sus escritos reflexivos: “...lo mas difícil del mundo es conocerse a sí mismo, y la mas fácil de las acciones es hablar mal de los demás”. De lo que podemos concluir que quién tiene la capacidad de conocerse a sí mismo, pronto adquiere la capacidad de conocer a los demás.


Para entender mejor el sentido profundo de la expresión del antiguo filósofo, podemos decir que el conocerse a si mismo y en consecuencia a los demás, son cualidades poco cultivadas en muchos de los adultos de nuestra generación, ya que, por ejemplo, somos muy dados a criticar a los jóvenes por su manera de ser, de vestir y de comportarse, olvidando que cada generación adopta su propio esquema y patrón de valores; en tanto que los jóvenes, por su parte, también pretenden, escudados en su edad y nivel y grado de madurez, que los adultos permitan que rompan el “statu-quo” del deber ser de las cosas, situación en la que también están equivocados.


En efecto, uno de los aspectos mas difíciles para los seres humanos adultos, es entender a los seres humanos jóvenes, sobre todo por el hecho de que la memoria se pierde con suma facilidad, y la mayor de las veces, uno espera que ellos se comporten ante determinada situación, de manera tal como lo hacemos los adultos, y la verdad es que ésta una aspiración que aunque legítima, es prácticamente imposible, por el simple hecho de que ambos, jóvenes y adultos, vivimos juntos pero en mundos diferentes.


En el interior del un joven, laten una infinidad de situaciones difíciles de medir y cuantificar, y quienes no tratan no gente joven, o lo hacen con poca frecuencia, no sospechan siquiera los torbellinos y tempestades que templan el carácter de un joven, por el hecho de haber olvidado los afanes que pasaron, razón por la cual, de manera inadvertida, no comprenden al joven en su totalidad.


Lo anterior, no quiere decir que las malas conductas y actitudes de los jóvenes deban ser justificadas, sino simple y sencillamente que los adultos, por el hecho de ya haber sido jóvenes, estamos mas capacitados para ponernos en lugar de ellos y tratar de analizar las cosas desde su particular punto de vista, mientras que a la inversa, a un joven no se le puede pedir que piense y actúe como adulto, por la sencilla razón de que no lo es.


Debemos recordar que un día también nosotros fuimos jóvenes, y en nuestros corazones latieron las dudas y las desesperanzas, los anhelos y las frustraciones, las inquietudes y los temores, y nunca, resolvimos nuestros problemas como adultos, sino siempre en la dimensión del carácter de nuestra edad.


Este es un buen ejemplo de cómo podemos educar el carácter. JM Desde la Universidad de San Miguel.


udesmrector@gmail.com

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