martes, 2 de noviembre de 2010

EN LA BÚSQUEDA DE NUESTRO EQUILIBRIO

Jorge Meléndrez

Todos los seres humanos estamos en búsqueda de algo, algunas veces de cosas materiales y otras tantas, de cosas que nos equilibren como personas. En el primer caso, focalizamos nuestra atención hasta el punto en el cual hacemos todo lo posible por lograr cumplir nuestros sueños y aspiraciones de manera positiva, lo que nos lleva a sentimientos de logro. En el segundo caso, habría que aceptarlo, por lo general relegamos la búsqueda de un equilibrio interior y por lo mismo, somos presa fácil de conductas y actitudes que no aportan nada a nuestro crecimiento y por lo tanto, vivimos en un constante desequilibrio emocional.

El equilibrio interior es un estado mental, afectivo, emocional y corporal que se caracteriza por sentimientos de paz en el pensamiento, serenidad en las emociones y armonía y salud en el cuerpo, lo que permite entender y aceptar nuestras emociones y las de los demás.

En este estado emocional hay alegría, armonía, salud, buenas relaciones personales, en una palabra, ¡éxito en nuestra vida! En cambio, en el desequilibrio emocional, afloran los egos perniciosos como la envidia y todo aquello que denominamos éxito, no es más que la manifestación de la soberbia y la maledicencia.

En efecto, una de las cosas que frenan el crecimiento emocional y espiritual del ser humano, es el apego a los egos, esas expresiones que nacen de lo más profundo del alma y que por pertenecer al ámbito del mal, hacen de las personas, sobre todo de las que renuncian al blindaje de lo espiritual, adictas a las cosas malas, ya sea de manera consciente o inconsciente, pero finalmente malas. Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada.

Es posible que la actitud más perniciosa de la conducta humana sea la envidia, ese sentimiento distorsionado que propicia en el individuo un enorme malestar y un profundo dolor interno al compararse frente a los demás y sentirse minimizado.

Quién es atacado por el virus de la envidia, sufre intensamente y mitiga su dolor atacando a los demás, sobre todo a aquellos con quienes se compara y ante quienes demuestra aires de superioridad. Este ego es, junto con la avaricia, la lujuria, la gula, la pereza, la ira y la soberbia, el grupo de los llamados “pecados capitales” que tanto daño le han hecho a la humanidad desde el inicio de la noche de todos los tiempos.

El Santo Tomás de Aquino decía que: “…el término “capital” no se refiere a la magnitud del pecado sino al hecho de que da origen a muchos otros pecados, tomando en cuenta que un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice, son originados en aquel vicio como su fuente principal”.

Lo que se desea o se rechaza en los pecados capitales puede ser material o espiritual, real o imaginario. Así es la envidia, perniciosa hasta el límite de que trastoca los sentidos y el buen juicio de las personas, y le impide al ser humano que la siente y la vive, ver con los ojos del alma y el corazón. En efecto, la envidia es como la “perra brava de la casa”, si no la encadenamos nos muerde y nos destruye como personas, pues en el ser intimo de la persona que la siente, se resientan las cualidades, bienes o logros de otro porque reducen su propio nivel de autoestima.

Entendida de esta manera, la envidia es la madre del resentimiento, un sentimiento que no busca que a uno le vaya mejor sino que al otro le vaya peor, y en este sentido, el equilibrio personal es vital para lograr salud física y mental, así como para desarrollar buenas relaciones interpersonales.

No debemos perder de vista que la vida moderna es muy competitiva y genera muchos temores respecto el futuro y nos hace sumamente sensibles a los cambios, y en el momento en el que no podemos o no sabemos como manejar situaciones adversas, y nos encontramos lejos de Dios, tendemos a buscar culpables de nuestras desgracias en los demás, dejando relucir los sentimientos negativos como la envidia, pues no alcanzamos a entender que si a otros les va bien, es por que trabajaron en su vida interior para lograr su equilibrio emocional.

Conectar nuestra vida emocional con lo espiritual, es la mejor manera de empezar a quitar de nuestra vida los sentimientos negativos como la envidia, ya que en el momento de establecer este vínculo con Dios, recibiremos de Él, la virtud de la caridad, que en esencia significa el amor incondicional para nuestro prójimo, sobre todo de aquel que ha pasado y ha tratado de sobreponerse a situaciones negativas de su propia vida. La caridad, es una virtud sobrenatural e infusa, y por ser contraria a la envidia, y solo adquirible a través de la gracia divina, es necesaria para nuestro equilibrio interno y la paz con nosotros mismos, con los demás y con El altísimo. JM. Desde la Universidad de San Miguel.

udesmrector@gmail.com

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