sábado, 30 de agosto de 2008

Reflexiones

APRENDER A VALORARNOS COMO HUMANOS

Jorge Meléndrez

Los seres humanos somos de naturaleza gregaria, por el simple hecho de que nos necesitamos mutuamente para la sobrevivencia. Este gregarismo, se acentúa aún más cuando nos damos cuenta que somos muy vulnerables estando solos, ya que además de los peligros naturales a los que podemos estar expuestos, somos presa fácil de nuestras negatividades al sentir la soledad que nos invade. Esta es la razón por la cual buscamos afanosamente estar en permanente convivencia con nuestros semejantes, pues hemos aprendido que muchas cosas que nos son adversas, se solucionan mejor viviendo en grupos sociales y dentro de estos, formando equipos solidarios para la solución de nuestros problemas.

En efecto, a partir del momento histórico en que el ser humano se reconoce como gregario y empieza a vivir como tal, ha evolucionado en forma constante, y ha desarrollado entorno a él una red de relaciones y fenómenos que entendemos por sociedad. Estas relaciones poseen su propia naturaleza y constantemente son utilizadas como parte de su desarrollo personal y espiritual.

Hay que advertir además, que a pesar de este sentimiento gregario en el que hemos vivido desde la creación, con frecuencia buscamos la soledad y el aislamiento, sobre todo cuando tenemos el interés de buscar en el interior de nuestra conciencia, aquellos rasgos de personalidad de nos aquejan, condición natural del ser humano que aprende y busca constantemente la fuente de la sabiduría dentro de un contexto espiritual. Ese aislamiento es incluso recomendable cuando se quiere mantener una vida afectiva y feliz con quienes nos rodean.

Lo curioso es que siendo verdad esta dualidad, el de ser gregario y necesitar de la soledad, vivimos también sentimientos que nos confunden y nos lleva por caminos enrarecidos, sobre todo cuando dejamos que las emociones negativos nos invadan y nos laceren el alma, Así son los sentimientos como la envidia, la vanidad, la soberbia, la maledicencia entre otros, que nos hacen ver a nuestros semejantes como enemigos, llegando incluso a trastocar nuestra mente permitiendo que rebasen los límites del respeto, la tolerancia y el amor a nuestros semejantes.

Cuando caemos en esta condición degradante, dejamos de ser hombres, seres humanos pensantes y nos convertimos en animales no domesticados, es decir, animales salvajes que atacan sin piedad a otros sin el menor remordimiento por las consecuencias e incluso, tratando muchas veces de justificar dichas acciones cuando a todas luces son injustificables. Algo pasa en el ser humano cuando pierde su conexión con Dios, y conecta sus oídos a la voz del maligno, quien se presenta disfrazado de lujos, comodidades, poder, riqueza y demás placeres de la vida que pueden conseguirse de manera fácil y sin esfuerzo alguno. Este es el preciso instante en que dejamos de ser humanos para convertirnos en inhumanos, en seres que perdemos la perspectiva de la vida humana y el valor de lo divino como esencia.

Cuando una sociedad pierde de vista el valor divino de lo humano y el valor absoluto de la vida, es cuando empieza la degradación de lo humano, situación que muchas veces sucede casi de manera imperceptible, pues el maligno nos habla al oído y nos hace sentir que todo está bien y el encuentro de lo placentero nos nubla la vista y la razón.

No hay ser humano que alejado de Dios se resista al maligno, pues mientras que el Señor nos reclama una vida de sacrificio, lejos de las banalidades y cerca del amor por nuestros semejantes, el maligno nos ofrece placeres y nos dice que la única vida que vale la pena vivir es la nuestra, sin importar la de los demás. Egoísmo puro y soberbia galopante. Los que caen no son los más débiles, sino los más alejados de Dios; por eso es que la única fuerza con la que el maligno no puede ni podrá nunca, es la oración y el amor a Dios y a nuestro prójimo.

Es tiempo de empezar a valorar nuestra vida y la de los demás seres humanos, de todos aquellos con quienes convivimos a pesar de nos ser de la misma familia o del mismo clan social. Todos somos necesarios, todos podemos ayudarnos los unos a los otros, todos podemos ser subsidiarios de cada uno. Todos podemos vivir dentro del respeto a la vida y del orden social. Vivir en una sociedad así es la legítima aspiración de todos, y debemos empezar aprendiendo a valorarnos como humanos dentro del orden espiritual y el plan divino de la creación. No podemos seguir siendo caínes de nuestros hermanos. JM Desde la Universidad de San Miguel.
udesmrector@gmail.com

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